
La maquinaria masoquista es inherente al ser, en ella el sufrimiento y el placer forman una unidad fantasmagórica, ultraestética, suprasensual y voluptuosa.
La monotonía porno de Sade y la forzada unidad sadomasoquista se descomponen, inofensivas, ante el máximo exponente perverso, ante el mayor adoctrinador que dio nombre y origen al masoquismo: Leopold von Sacher-Masoch.
Su vida y su obra se mezclan bajo un contrato hasta la muerte. “La Venus de las pieles” es uno de esos testimonios. Gilles Deleuze condensa esta maquinaria en una sola frase exacta: “la capacidad de desexualizar al amor y sexualizar la historia”.

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