Melodramma en tres actos - Música de
Giuseppe Verdi - Libreto de Francesco Maria Piave
©Liliana
Morsia
Los autores sitúan la acción en Mantua durante el siglo XV.
ACTO I
Cuadro primero. Sala del Palacio Ducal.
El Duque de Mantua cuenta a sus cortesanos que desde hace tiempo sigue a una muchacha que ha visto acudir a la iglesia. Luego de expresar su filosofía de vida con respecto a las mujeres, corteja a la Condesa Ceprano. En medio de burlas aparece Rigoletto, el bufón del palacio, que le aconseja a su señor cómo deshacerse del marido de la Condesa para concretar sus propósitos: que lo encierre o que lo haga decapitar. El Conde Ceprano jura venganza y entra Marullo, otro cortesano, para contar que Rigoletto tiene una amante. Se interrumpe el clima orgiástico para dar paso al Conde Monterone, que exige justicia por la deshonra que su hija ha sufrido por parte del Duque. Éste no responde pero lo hace su bufón, mofándose del dolor del padre. Antes de que lo arresten Monterone maldice al Duque y a Rigoletto, quien de inmediato comienza a sentir el peso del anatema.
Cuadro segundo. En los suburbios, frente a la casa de Rigoletto.
Rigoletto se muestra obsesionado con la maldición de Monterone cuando alguien le cierra el paso: es Sparafucile, un sicario que le ofrece sus servicios. Cuando el tenebroso personaje sale, Rigoletto se siente identificado: uno mata con el puñal y él lo hace con su lengua burlona y cruel. Desahoga su odio hacia los cortesanos y aparece su hija Gilda, que se inquieta al verlo tan preocupado. La joven, ignorante de la vida de su padre, le hace preguntas que no tienen respuesta. Al padre sólo le importa la seguridad de su hija y al único lugar que la deja ir es a la iglesia. En tanto, no han advertido que el Duque penetró en el lugar. Sorprendido, el licencioso descubre que Gilda es hija de Rigoletto. Cuando ella se queda sola, el Duque irrumpe con vestimentas sencillas, se hace pasar por un estudiante pobre llamado Gualtier Maldè y seduce a la muchacha. Debe marcharse súbitamente pero Gilda se queda pensando en ese primer amor. Sale y regresa Rigoletto, con malos presentimientos. Acechan los cortesanos, le dicen al bufón que le gastarán una broma a Ceprano y le vendan los ojos. Cuando escucha los gritos de Gilda, descubre el engaño: los cortesanos secuestraron a su hija.
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ACTO II
Sala en el Palacio Ducal.
El Duque lamenta la desaparición de la joven. Entran los cortesanos y le cuentan que, a modo de sorpresa, le han traído a la "amante de Rigoletto". El libertino, que no pretendía semejante acción por la fuerza sino continuar con su juego de seducción, corre agitado a buscarla. Aparece Rigoletto, que se lamenta y en vano intenta buscar pistas de su hija, hasta que el comentario de un paje le confirma la terrible verdad: Gilda está con el Duque. Los cortesanos le impiden ir en su búsqueda y él les lanza una desesperada invectiva. Irrumpe la joven, que se arroja entre los brazos de su padre en medio del llanto. Los cortesanos se retiran y ella hace el relato de todo lo sucedido. Pasa un guardia que lleva a Monterone, quien camino del calabozo exclama que la maldición aún no surtió efecto. Rigoletto le dice que no se engañe, pues habrá un vengador para ambos.
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ACTO III
Casa de Sparafucile, en las afueras y cerca de un río.
Es de noche y se avecina una tormenta. Rigoletto ya no es un bufón al servicio del Duque y se presenta con Gilda, decidido a vengarse. Ha hecho trato con Sparafucile, quien gracias a la ayuda de su hermana Maddalena, que actuará de señuelo, logrará que el Duque entre a la casa para asesinarlo. Rigoletto quiere que su hija vea al Duque tal como es, pues ella persiste en su amor por él. Paralelamente y dentro de la casa el Duque seduce a la hermana del asesino, mientras que afuera Rigoletto trata en vano de convencer a Gilda de que aquél es un licencioso indigno de amor. El padre debe accionar con rapidez y manda a su hija a ponerse ropas de hombre, pues deberán abandonar la ciudad. Cuando la muchacha se retira, el bufón arregla el trato con Sparafucile: la mitad por adelantado, lo restante cuando reciba el cuerpo de la víctima.
La tormenta se ha desatado. Todo está a oscuras y se escucha desde lejos la voz del Duque; Maddalena siente compasión, pues no quiere que el hombre sea víctima de un asesinato y busca disuadir a Sparafucile. Pasa Gilda ante la puerta, vestida de hombre, y escucha la conversación entre los dos hermanos: él dice que tiene palabra y que nunca engañó a alguien que haya requerido sus servicios. Ante la insistencia de la mujer, surge la solución de asesinar al primero que llegue a la casa pidiendo albergue: Gilda se encomienda a Dios, llama a la puerta y cae bajo el filo del puñal.
Rigoletto, el vengador, recibe de manos del asesino una bolsa que contiene el cuerpo de la víctima. La lleva a orillas del río, cuando escucha con horror la lejana voz del Duque. Tembloroso, abre la bolsa y encuentra en su interior a su hija moribunda. Desesperado se desploma sobre ella y se lamenta por la maldición de Monterone
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LA NACION
Por Juan
Carlos Montero y Susana
Freire
Dirección musical: Carlos Vieu
Puesta: Andre Heller-Lopes
Escenógrafa asociada: Noelia González Svoboda
Diseño de vestuario: Sofía Di Nunzio
Diseño de iluminación: Alejandro Le Roux
Director del coro: Juan Casasbellas
Sala: Teatro
AvenidaDiseño de vestuario: Sofía Di Nunzio
Diseño de iluminación: Alejandro Le Roux
Director del coro: Juan Casasbellas
Nuestra opinión: muy bueno
Rigoletto inaugura
un estilo novedoso del compositor; es la evidencia de un nuevo
criterio en la evolución de Verdi, ya que el tradicional lenguaje de
la ópera italiana queda de alguna manera abolido, alcanzando el
compositor una escritura orquestal más autónoma, liberando a la
música de ser un acompañamiento de la voz.
En la versión
ofrecida, Carlos Vieu, desde la batuta, no sólo mantuvo equilibrio
con la escena en cuanto a las dinámicas e intensidades sonoras, sino
que además expresó con el fraseo y los matices los estados íntimos
que anidan en cada personaje, detalle que se palpó desde la breve
introducción orquestal y en toda la primera escena. Con la
intervención de la sugerente condesa de Ceprano y la gran balada
inicial a cargo del tenor comenzó a gestarse la evidencia de la
complejidad de Rigoletto , porque ya "Questa o quella"
en la voz de Angelo Scardina se escuchó de manera errática acaso
por el nerviosismo de un debut frente a un público desconocido.
Por su parte, el
barítono Fabián Veloz comenzó a pergeñar, como protagonista, una
muy buena actuación, que se fue haciendo más natural a medida que
se avanzó en el desarrollo, dejando escuchar en primer término su
ya reconocida musicalidad, su voz bien timbrada y una muy acertada
caracterización del personaje trazado con sorprendente soltura en
cuanto a gestos, miradas y movilidad, e insuflando además una
gesticulación adecuada a las variables de los trágicos momentos que
atraviesa.
La soprano Ivanna
Speranza como Gilda cumplió asimismo una actuación de calidad,
dejando escuchar buena línea de canto en todos los pasajes siempre
comprometidos de sus dúos, así como en la versión del "Caro
nome..." cantado con prolijidad, segura emisión y una
coronación en las frases finales de excelencia, motivo de una
generalizada aprobación de la sala, tal como se reiteró con "Tutte
le feste" y en el dúo con Veloz "Si, vendetta..." tan
esperado como vibrante.
Cabe destacar el muy
buen nivel del elenco en personajes episódicos como fue el caso de
Ernesto Bauer en un excelente Monterone; Vanina Guilledo como
Magdalena, Alicia Alduncin, como Giovanna y Walter Schwartz en el
sicario Sparafucile. El resto de los personajes de flanco se destacó
en preparación y soltura. El coro de la institución, preparado por
Juan Casasbellas, se distinguió, como ocurre con frecuencia, por su
naturalidad, movilidad escénica y nivel canoro.
Como el último cuadro
concluyó con la buena idea teatral de hacer cantar a Gilda ya casi
muerta, pero trasformada de cuerpo entero en la vida celestial, por
primera vez el triste final con la desesperación de Rigoletto, se
escuchó impecable en el equilibrio de las dos voces. Solución
beneficiosa para el canto y la partitura de Verdi, que acaso sea
adoptado a pedido de las sopranos de todo el mundo.
El ojo en la puesta
Interesante resulta la
mirada de André Heller Lopes al proponer en su régie una estética
relacionada con el arte pictórico, con un telón de fondo cubierto
de cuadros de diferentes tamaños, marcos que bajan y suben, o que se
desplazan hacia los laterales, y otros tres más que dividen el
escenario para delinear los diferentes ámbitos. Ayuda, y mucho, el
vestuario de Sofía Di Nunzio. Fundamental resulta la iluminación de
Alejandro Le Roux por la potencia que genera con el juego de
claroscuros. Día a día se percibe cómo los cantantes tratan de
imprimir a sus personajes una carga emocional importante, a la que
suman una actuación convincente. Resulta relevante, en este sentido,
el trabajo de Fabián Veloz, que impuso a Rigoletto una carga tan
fuerte de emociones que resultó conmovedor, trascendiendo su labor
como cantante.
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