Escenas
líricas en tres actos - Música de Piotr Ilyich Tchaikovsky -
Libreto de Piotr Ilyich Tchaikovsky y Konstantin Shilovsky (sobre la
novela en verso de Alexander Pushkin)
Dirección
musical: Javier Logioia Orbe
Puesta
en escena: Mercedes Marmorek
Diseño
de escenografía: María José Besozzi
Diseño
de vestuario: Lucía Marmorek
Diseño
de iluminación: Alejandro Le Roux
Dirección
del coro: Juan Casasbellas
Coreografía:
Omar Saravia
Boceto de María José Besozzi
Evgeny
Onegin: Fabián Veloz
Tatiana:
Carla Filipcic Holm
Lensky:
Pedro Espinoza
Olga:
Vanina Guilledo
Filipievna:
Elisabeth Canis
Larina:
Alicia Alduncín
El
príncipe Gremin: Walter Schwarz
Triquet:
Sergio Spina
Zaretsky:
Emiliano Bulacios
Un
capitán: Ricardo Crampton
Un
campesino: Sergio Vittadini
Guillot:
Martín Paladino
Boceto de María José Besozzi
La
acción se desarrolla en San Petersburgo y en los campos cercanos a
comienzos
del siglo XIX
Acto
I
Cuadro
primero, jardín en la propiedad rural de la viuda Larina.
La
viuda Larina y la nodriza Filipievna conversan mientras escuchan
cantar a Tatiana y a Olga, hijas de Larina. Se celebra el fin de la
cosecha y Olga participa de los festejos con os campesinos, mientras
Tatiana, de carácter introvertido, permanece apartada. Llega de
visita el poeta Vladimir Lensky, prometido de Olga y vecino,
acompañado por un amigo suyo, el terrateniente Evgeny Onegin: un
joven culto, rico heredero, desengañado y aburrido de la existencia.
Tatiana se enamora de él a primera vista.
Cuadro
segundo, la habitación de Tatiana.
Es
de noche y Tatiana escribe una extensa y apasionada carta a Onegin,
donde le expresa su amor y su deseo de verlo. Al alba le envía la
carta con el nieto de Filipievna.
Cuadro
tercero, el jardín.
Onegin
acude a la cita, se muestra cortés pero frío en el trato. Dice que
el matrimonio no es para él y le pide a Tatiana que lo olvide.
Acto
II
Cuadro
primero, sala en la casa de Larina.
Es
la fiesta de cumpleaños de Tatiana. Onegin baila con ella y escucha
comentarios de las señoras presentes. Fastidiado, insiste en sacar a
bailar a Olga y comienza a seducirla. Mientras tanto, Monsieur
Triquet, el tutor francés de Tatiana, le dedica a la joven una
poesía de su autoría. Onegin logra desatar los celos de Lensky,
quien luego de manifestarle su enojo, ante el horror de los presentes
lo reta a duelo de pistola.
Cuadro
segundo, un descampado al alba del día siguiente.
Lensky
es apadrinado por su amigo Zaretsky, y Onegin, en un gesto
despectivo, acude con su sirviente Guillot. Llega tarde, como para
dar a Lensky la oportunidad de declararse ganador, pero Lensky
insiste en seguir adelante. Se cargan las pistolas, se dan los
debidos pasos y Lensky cae muerto por el disparo de su amigo.
Acto
III
Cuadro
primero, sala del palacio del Príncipe Gremin en San Petersburgo,
seis años más tarde.
Se
da una fiesta y Onegin está entre los invitados. Ha regresado de un
largo viaje, en el cual buscó consuelo a sus remordimientos. Ve a
Tatiana, que ahora es la esposa del príncipe, y se apasiona por
ella.
Cuadro
segundo, la habitación de Tatiana.
Ante
el pedido de Onegin, la ahora princesa lo recibe. Él le confiesa su
amor, pero ella se mantiene fiel a su marido y a la vida que ha
elegido, y rechaza las propuestas de huir con él: no hay vuelta
atrás. A pesar de su insistencia, Tatiana le dice adiós para
siempre
Boceto de María José Besozzi
Emotiva visión de Eugenio Oneguin
Por Jorge Aráoz Badí | Para LA NACION
EUGENIO ONEGUIN, ÓPERA EN 3 ACTOS DE TCHAIKOVSKY
Temporada de Buenos Aires Lírica, en el Teatro Avenida.
Nuestra opinión: muy bueno
De las mil y una interpretaciones de un texto poético y musical, el binomio compuesto por Mercedes Marmorek, dirección escénica, y Javier Logiola Orbe, dirección musical (responsables máximos de Eugenio Oneguin , la ópera que se representa durante las dos últimas semanas en la temporada de Buenos Aires Lírica), eligió el enfoque categóricamente emocional.
Sin ninguna de las adherencias conocidas en otras versiones de esta ópera, como el batido sentimental o la celebración simultánea de Eros y Thanatos o la crispación psicológica tan emparentada con Tchaikovsky, este Oneguin que se desplegó en el escenario del Avenida aparece limpio, sin remiendos, con una notoria devoción por el texto de Pushkin, del que sobre todo se entiende que los seres humanos viven de ilusiones y son esas ilusiones lo que los hace más humanos.
Sin ninguna de las adherencias conocidas en otras versiones de esta ópera, como el batido sentimental o la celebración simultánea de Eros y Thanatos o la crispación psicológica tan emparentada con Tchaikovsky, este Oneguin que se desplegó en el escenario del Avenida aparece limpio, sin remiendos, con una notoria devoción por el texto de Pushkin, del que sobre todo se entiende que los seres humanos viven de ilusiones y son esas ilusiones lo que los hace más humanos.
En primer lugar, la dirección de actores pone en evidencia algo que es la peculiaridad total de esta puesta, incluidos escenografía, iluminación y vestuario: la sobriedad. Cuando se adopta tal criterio, no es fácil evitar hundirse en una atmósfera puramente sentimental densa y confusa. Esto no sucedió aquí. Mercedes Marmorek lo resolvió con algo que podría calificarse como pulcritud emocional. Es decir, a cada uno su cuota sentimental sin agregar ni la más pequeña porción de énfasis más allá del natural y espontáneo de cada personalidad. Vaya a saber cómo se mide esto. Tal vez con pura intuición. Pero funcionó. Sin necesidad de asordinar ni ocultar las pasiones de los personajes, el público pudo participar vivamente de las reacciones emocionales de cada uno y el acto de comunicación estuvo plenamente logrado.
El grupo vocal tuvo un muy buen nivel mantenido a lo largo de los tres actos. Si hubiera que destacar especialmente un desempeño, habría que señalar el encanto y la autoridad con que la soprano Carla Filipcic Holm interpretó a Tatiana y los dos altísimos picos logrados en la Carta y el final. Esto no sugiere que haya habido desniveles vocales con los otros cantantes. La frescura y la unción de todos fueron coherentes con las características generales. Tal vez sería justicia una mención especial para el bajo Walter Schwarz por su emotiva actuación en el tercer acto.
Javier Logioia Orbe dirigió con la pulcritud que fue el sello de este espectáculo. Su orquesta sonó precisa, y aunque pareció tener una presencia un tanto apagada al comienzo, creció sin pausa a lo largo de los tres actos para lograr un muy digno Tchaikovsky. Los elogios también se hacen extensivos al coro. Finalmente, la presentación escenográfica respondió a las marcas de esta puesta con notable parquedad de medios y una absoluta abstinencia de alardes decorativos redundantes e inútiles, que la alejó de las antigüedades que el mismo Bolshoi dejó de lado hace rato.
El grupo vocal tuvo un muy buen nivel mantenido a lo largo de los tres actos. Si hubiera que destacar especialmente un desempeño, habría que señalar el encanto y la autoridad con que la soprano Carla Filipcic Holm interpretó a Tatiana y los dos altísimos picos logrados en la Carta y el final. Esto no sugiere que haya habido desniveles vocales con los otros cantantes. La frescura y la unción de todos fueron coherentes con las características generales. Tal vez sería justicia una mención especial para el bajo Walter Schwarz por su emotiva actuación en el tercer acto.
Javier Logioia Orbe dirigió con la pulcritud que fue el sello de este espectáculo. Su orquesta sonó precisa, y aunque pareció tener una presencia un tanto apagada al comienzo, creció sin pausa a lo largo de los tres actos para lograr un muy digno Tchaikovsky. Los elogios también se hacen extensivos al coro. Finalmente, la presentación escenográfica respondió a las marcas de esta puesta con notable parquedad de medios y una absoluta abstinencia de alardes decorativos redundantes e inútiles, que la alejó de las antigüedades que el mismo Bolshoi dejó de lado hace rato.
Boceto de María José Besozzi
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